Hijos valientes, hijos resilientes (Texto de Milly Cohen)
Dra en educación, docente de postgrado, escritora
millyask@gmail.com
Nuestra cultura no es una cultura
emocional. A pesar de Goleman, a pesar de las múltiples investigaciones
en torno al tema, de cursos y talleres que nos invitan a la expresión
sana de nuestros sentimientos, la realidad es que seguimos evitando que
éstos realmente afloren. Y si estos sentimientos no son de felicidad, de
júbilo o de armonía, ¡mucho menos!
Si introduces en el buscador de Google
“libros-sobre-felicidad” te encontrarás con más de 2 millones de
entradas. Títulos como “El proyecto felicidad”, “Te mereces ser feliz”,
“La guía completa para ser feliz”, “El viaje de la felicidad” y muchos
más sobre cómo encontrar la felicidad abundan en el mercado. Esto no es
malo, por el contrario, me parece que encontrar ese estado de goce, de
paz, de satisfacción con la vida, es algo que buscamos todos. El
problema reside en la creencia errónea de considerar que cuando no
tenemos dicha, forzosamente debemos sentir desesperanza, si no estamos
en éxtasis, es porque estamos en tormento. La falta de dificultades nunca equivale a la felicidad. Y si bien existen blancos y negros en la vida, los grises no son tan malos ni parcos como parecen.
Esos grises son la lluvia, que nos moja
pero no nos hunde, son la adversidad que nos cimbra pero no nos
derrumba, son el “aprieta pero no ahorca”. Y esos grises, cuando dejamos
que pinten nuestras emociones, permiten que salgan a la superficie
aquellas emociones desagradables que estaban bajo el agua.
Hablemos de nuestros hijos. La realidad
es que nos duele tremendamente que se sientan infelices y haremos lo que
esté en nuestro poder por “en-contentarlos”, como si estuviera en
nuestras manos realmente sustituir una emoción por otra. Cuando uno de
nuestros hijos se siente triste le compramos un juguete, lo llevamos de
viaje, hacemos la tarea por él, lo defendemos ante los demás. Hacemos lo
que sea con tal de verlo bien porque esa (creemos) es nuestra labor más
importante: hacer felices a nuestros hijos. Sin embargo, en esa lucha
(porque es cansado intentar mantener contento a uno o a varios hijos),
se nos olvida algo importante: que no ser feliz no es sinónimo de agonía
permanente, no estar en un estado de bienestar, no significa miseria ni
disgusto. Solamente es un color distinto, es un tono de gris, y hay que
saber cómo responder ante esta tonalidad. Eso si sería favorecer la
inteligencia emocional.
Para lograrlo, creo que debemos empezar
por reconocer en nosotros qué nos sucede cuando no nos salen las cosas
como quisiéramos. ¿Qué hago cuando pierdo? ¿Cuando no acierto? ¿Cuando
me equivoco? ¿Cuando me siento incómodo? ¿Lo abrazo? ¿Lo acepto? ¿Lo
ignoro? ¿Lo evito? ¿Lo escondo? De alguna forma nos han transmitido
desde chicos (y lo pasamos nosotros a nuestros hijos) un fuerte mensaje
cultural: si sientes una emoción negativa, debes tener algún problema y
necesitas liberarte rápidamente de esa emoción. No nos hemos dado cuenta
que nuestra tendencia a mantener a raya los sentimientos desagradables o
nuestra lucha activa contra ellos, es la razón por la que muchos
estamos estresados. Y el estrés es hoy una de las fuentes más
importantes de enfermedad. Si tu hijo está estresado, por favor no le
pidas que no lo esté. Mejor explícale que al latir rápido, su corazón se
está preparando para la acción, y que el respirar más rápido no es un
problema, sino que está llegando más oxígeno al cerebro. Que viva el
estrés y lo use a su favor.
Debemos comenzar a formar seres
valientes, más que seres felices. Los que son valientes son los que
lloran y aceptan su fragilidad enfrente de muchos, no los que parecen
fuertes y no dejan que se refleje realmente quiénes son. Los valientes
son los que luego de atreverse a compartir cómo se sienten, se
recomponen y vuelven a buscar el placer, el gozo, la alegría. Son
osados, intrépidos, audaces. Los valientes son los que reconocen que hay
batallas que se ganan pero que las que se pierden, también sirven de
algo. Los valientes son rojos, y negros, y blancos, pero también grises.
¿Cómo comenzar a desarrollar esa
valentía? A continuación les comparto algunas sugerencias que me parecen
importantes, que he experimentado yo misma, o que leído de algunos de
mis autores favoritos. Espero que algunas les acomoden.
- En lugar de volcar elogios, tiempo, o dinero, en hacer que nuestros hijos se sientan felices cuando no lo están, hay que permitir que luego de dejar aflorar sus sentimientos, los validemos. La validación dará un enorme alivio a los niños y a los jóvenes porque cuando se les ayuda a reconocer que no son los únicos que se sienten de esa manera, que está bien sentirse triste, solo, acongojado, sensible, enojado, o frustrado, el niño o joven se siente acompañado, más que sobreprotegido. Además, hay que dejar que sean ellos los que se expresen, libremente. Cuando los padres se abstienen de hacer suposiciones acerca de lo que sus hijos piensan y sienten, sus hijos dan el paso para comunicarlo por voluntad propia. Eso es valentía. Goleman dice que justamente es la capacidad de reconocer un sentimiento en el mismo momento en que aparece, la piedra angular de la inteligencia emocional.
- ¡No reemplaces un pez muerto! Si la mascota se muere, si se pierde el juguete, si se poncha el balón, no lo reemplaces inmediatamente, permite que el niño sienta la frustración, la tristeza, la pérdida. Si perdió la competencia, si reprobó el examen, si no lo invitaron a la fiesta, deja que tu hijo o tu hija ponga en palabras su sentir y permite que lo viva. Muchos padres tienen un fuerte deseo de proteger a sus hijos de crecer demasiado rápido, por ello, evitan temas importantes como la muerte, la pérdida, el fracaso, la decepción. La exposición a estos temas debe darse de manera natural, pero debe darse, ya que son temáticas que forman parte de la vida cotidiana. Ningún padre puede cambiar los sentimientos de sus hijos, mucho menos evitar que estos surjan, pero si puede modelar su comportamiento ante ellos. Ayudarlos a reconocer cómo se sienten, hacerles saber que puede no ser cómoda una emoción negativa, pero que es inevitable, y adecuada, hasta necesaria, los ayudará el día de mañana a entender que éstas pasan. Que el sol sale después de las tormenta. Que hay un resurgimiento luego de las crisis. Que el amanecer aparece justo después del momento de más oscuridad.
- Tenemos que pedir a nuestros hijos que resuelvan problemas, eso los empodera, y cuando los dejamos solos (en lugar de hacerlo nosotros) les enviamos un mensaje tan simple como poderoso: “confío en ti”. De acuerdo a Pozatek, la mejor manera de enfrentar a los niños a los dilemas de la vida es frente a la naturaleza. En los espacios naturales los chicos tienen que aprender a emplear la demora a la gratificación al caminar hacia una cumbre, recolectar leña o tener que esperar a que piquen los peces. La solución a los problemas y la motivación interna se presentan de manera instintiva cuando un fuerte viento golpea o cuando a un mochilero se le acaba la comida. A diferencia de las actividades en el hogar, cuando se convive con la naturaleza, el chico o la chica no tiene la computadora que la distrae, el celular con el que se refugia, no hay puertas que se azotan ni televisiones que se prenden con volumen alto, para redirigir la frustración o el enojo. En un bosque, en una montaña, en el campo, tienen que madurar de formas distintas, sin distractores ni escapes. Y con los beneficios del espacio exterior. Lleva a tus hijo a una excursión, acampen, cocinen juntos, carguen con sólo lo necesario, y frústrense juntos, diviértanse juntos y elógialo por el esfuerzo, no por el producto final.
- Colabora para que tus hijos sean personas diferentes, originales, invítalos a salir de la norma, que no le teman al fracaso, que se atrevan a echar a andar sus ideas (por más locas ideas que éstas sean). Dice Adam Grant en su nuevo libro titulado Originals que la creatividad puede ser difícil de fomentar pero es fácil de coartar. Es verdad. Los alumnos con necesidades educativas especiales, por ejemplo, son los más atrevidos y originales, están tan acostumbrados al fracaso, que han perdido el temor. Para desarrollar la valentía en nuestros hijos debemos permitir que aporten ideas novedosas al mundo y esto sólo ocurre cuando ellos desarrollan sus pasiones, no las nuestras y cuando se atreven a hacer lo que su instinto les dicta. Ser original es apostar: quizá funcione, quizá no. De mientras, tú déjalos ser. Suelta un poco el control. Apuesta por ellos para que ellos apuesten por sí mismos.
- Ayuda a tu hijo a construirle muchas patas a su mesa, a enriquecerse con muchos hobbies y quehaceres, a fortalecerse desarrollando virtudes y cualidades, a construir una red de vínculos afectivos que lo acompañen. Así, cuando la vida le quiebre una pata a su mesa, quizá se tambalee, pero no se caerá. Justo el joven que ha probado levantarse es más fuerte que el que nunca se ha tropezado. Para los japoneses, una pieza que se ha roto, que ha sufrido un daño, tiene una historia, es más hermosa. No se ocultan las grietas, ni los defectos, más bien se enmiendan con oro, convirtiendo la parte restaurada en la parte más fuerte de la pieza. ¿Y si hacemos eso con nuestros hijos? Cuando sufra, no te asustes. Mejor ayúdalo a enmendar lo que se quiebra, con amor, con mucho amor.
Al final, las emociones, sin importar lo
poderosas que sean, no son abrumadoras si se les concede el espacio
para desplegarse. Generalmente, nos sentimos más cómodos con las
acciones que con los sentimientos porque cuando vemos que se acerca uno
incómodo, tendemos a darle la vuelta, a esconderlo, a disfrazarlo o
distraerlo, lo que se nos ocurra con tal de no sentirnos tristes o
permitir que así se sientan nuestros hijos. Por ello la invitación es a
detener nuestro trajín diario, nuestra prisa, para que cuando arribe un
sentimiento incómodo, lo dejemos respirar, y podamos abrazarlo con
quietud, entenderlo, y luego permitirle que se aleje. Con valentía.
Estoy segura que eso nos traerá mucha felicidad.
Krissy Pozatek (2015). Hijos Valientes. Editorial Planeta.
Adam Grant (2016). Originals. Editorial Viking.
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